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Coronavirus, jaque al mundo globalizado

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Un cisne negro es para los economistas uno de esos hechos inesperados y desestabilizadores que termina perjudicando a grandes sectores de la sociedad y que afecta a la salud y los bolsillos de millones de seres humanos.

Se llama oficialmente Covid-19. Es el coronavirus de Wuhan (China). Al cierre de esta edición, se contabilizan 60.392 afectados en 28 países y más de 1369 muertos, unas cifras que se habrán quedado cortas cuando usted lea este reportaje. Pero sus consecuencias ya son planetarias. Nadie lo tenía marcado en su calendario porque un cisne negro, como enseñó el economista Nassim Nicholas Taleb, es impredecible. Pero ha desbaratado las agendas de las empresas que tenían marcado en rojo el Mobile World Congress de Barcelona –el evento tecnológico más importante del mundo– y amenaza este verano con trastocar la cita deportiva más universal: los Juegos Olímpicos de Tokio.

Uno de los centros de conferencias de Wuhan reconvertido en hospital para atender a pacientes del coronavirus

El coronavirus nos coloca ante un dilema: ¿qué riesgos estamos dispuestos a asumir para mantener la creciente interconexión del mundo? En las sociedades desarrolladas, nos hemos acostumbrado a los vuelos baratos y a los aguacates que viajan miles de kilómetros en un contenedor… A cambio, en las sociedades emergentes, amplias capas de la población han salido de la pobreza. Pero la globalización también nos pasa la factura, desglosada en catástrofes climáticas, emergencias sanitarias y, cada cierto tiempo, recesiones económicas. ¿Será el coronavirus la zancadilla que haga tropezar a una economía mundial renqueante y que nunca terminó de enderezar el paso desde la crisis de 2008? De momento, lo único que parece seguro es que va a medir hasta qué punto es vulnerable.

¿Qué tienen en común Apple, Amazon y Playstation?

También va a cuestionar la ‘chinodependencia’ de la industria. Piense que el mayor fabricante de productos electrónicos del mundo es la taiwanesa Foxconn, que tiene doce fábricas en la China continental. Allí ensambla el iPad de Apple y el Kindle de Amazon, pero también las consolas de PlayStation y Nintendo y los televisores de Sony. En la planta de Shenzhen, que ha reabierto a medio gas después de las vacaciones más largas de su historia (el Gobierno prorrogó la celebración del año nuevo lunar para contener la expansión de la pandemia), ahora se ha puesto a fabricar también mascarillas quirúrgicas, a razón de dos millones diarias.

Imagen de la estación del tren de alta velocidad en Shanghái, donde cada día se aglomeran miles de personas, lo que incrementa las posibilidades de contagio.

La economía china es la segunda del mundo. Y tiene una importancia sistémica. Porque es la rueda que mueve las industrias de decenas de países, que dependen de sus piezas y suministros. Las fábricas de automóviles de Alemania o Corea necesitan los componentes fabricados en China. Y un coche es un puzle de 30.000 piezas encajadas en un chasis. El gigante asiático exporta mercancías por valor de dos billones de euros, más que nadie; también es el máximo importador de materias primas y solo Estados Unidos consume más petróleo. El efecto mariposa está servido: cada día que las fábricas chinas tienen la persiana bajada, hay retrasos en las entregas, cancelaciones de pedidos y despidos en todos los continentes.

China exporta más mercancías que ningún otro país, es el máximo importador de materias primas y solo Estados Unidos consume más petróleo. El efecto mariposa es inevitable. 

Mohamed El Erian, asesor jefe de la aseguradora Allianz, vaticina «la paralización de la economía china». El frenazo ya ha alcanzado este mes proporciones nunca vistas: dos tercios de la economía, el 80 por ciento de la industria manufacturera, el 90 por ciento de las exportaciones… «China no puede luchar contra el coronavirus y al mismo tiempo evitar una crisis económica», resume Ambrose Evans-Pritchard, editor de economía internacional del diario británico The Telegraph. Y recuerda el impacto de otro coronavirus, el SARS, cuyos efectos económicos se circunscribieron al sudeste asiático. «Pero entonces la economía china solo suponía el 4,5 por ciento del PIB mundial, hoy alcanza el 17 por ciento. No se puede cerrar China sin cerrar el mundo».

Las claves del ‘Chernóbil chino’

Si el Gobierno chino ha adoptado medidas tan draconianas como sellar una ciudad como Wuhan, donde empezó el brote y que duplica la población de Madrid; ha puesto en cuarentena a más 50 millones de personas en varias regiones claves en su sistema productivo; y mantiene a buena parte de su fuerza laboral en casa, es que considera que la situación es más grave de lo que está dispuesto a reconocer. Los analistas hacen cuentas. Ángel Talavera, economista jefe para Europa de Oxford Economics, da por descontada una caída del crecimiento. «Hemos rebajado la previsión de China del
6 por ciento al 5,4 para el año y, por tanto, para la eurozona y todas las demás regiones. Pero habrá que ver cuál es el impacto en la actividad y sobre todo cuánto dura. No descarto un cisne negro, en el sentido de que sea una caída mucho más fuerte. No, no descarto nada», advierte.

En rojo porcentaje correspondiente a China

Otros expertos sospechan que China ya estaba creciendo menos de lo que dice. «Si se mide el consumo de electricidad o las toneladas de mercancías transportadas por ferrocarril, el crecimiento real debe de estar entre el 2 y el 3 por ciento. Si cayese otros dos puntos, el régimen se enfrentaría a una crisis de supervivencia», señala el canadiense Gwynne Dyer, que recuerda que «las mentiras y la incompetencia» del régimen soviético en la gestión del desastre de Chernóbil desempeñaron un papel decisivo en su desprestigio y caída años más tarde. Un escenario que «no es probable en China –reconoce–, pero sí factible».

Las bolsas suelen hacer negocio en momentos así. En las últimas 13 pandemias, la banca de inversión ha obtenido ganancias del 8,5 por ciento en los seis meses siguientes al brote

Que el coronavirus pueda convertirse en el ‘Chernóbil chino’ es una posibilidad que también considera el Washington Post. Desde luego, la confianza en el Gobierno está bajo mínimos. La muerte del doctor que rompió el manto de silencio para alertar del virus, las desapariciones de periodistas que han viajado a Wuhan y denunciado el caos o que los funcionarios lleven mascarillas ‘último modelo’, mientras que los médicos en primera línea usan otras cuya efectividad es más que dudosa, y la mayoría de la población ni siquiera tiene, se critican como nunca antes en las redes sociales. Hasta el punto de que el todopoderoso presidente Xi Jinping apareció en público con una mascarilla de las baratas.

Todo depende de la duración de la emergencia

De momento, la reacción de los mercados internacionales ha sido desigual. «Los de materias primas se han llevado el golpe en el mentón, pero los bursátiles apuestan a que Pekín mantendrá la epidemia bajo control», reflexiona Evans-Pritchard. Y es que los inversores están tan ansiosos por buscar rentabilidad y están tan dispuestos a correr riesgos, en un panorama de tipos de interés negativos, que tienden a sobrevalorar cualquier indicio de mejoría. Esto explica que Wall Street suba si Donald Trump pronostica que el coronavirus «dejará de ser un problema en primavera». Además, las Bolsas históricamente hacen negocio en momentos así. La banca de inversión recuerda que en las últimas 13 pandemias ha obtenido ganancias del 8,5 por ciento de media en los seis meses siguientes al brote. Pero esta vez puede ser diferente. Todo dependerá de la duración de la emergencia. Y de su alcance.

Gabriel Leung, epidemiólogo de la Universidad de Hong Kong, considera que estamos ante una infección que, si no se frena a tiempo, puede terminar contagiando al 60 por ciento de la población mundial. Y la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce que no habrá una vacuna antes de 18 meses.

En septiembre, meses antes de la aparición de este nuevo coronavirus, la Junta de Vigilancia –un organismo que depende del Banco Mundial y de la OMS–presentó un informe titulado Un mundo en peligro, poco menos que apocalíptico. «Nos enfrentamos a la amenaza muy real de una pandemia fulminante, sumamente mortífera, provocada por un patógeno respiratorio que podría matar de 50 a 80 millones de personas y liquidar casi el 5 por ciento de la economía mundial. Una pandemia de esa escala sería una catástrofe y desencadenaría caos e inseguridad generalizados. El mundo no está preparado». Y apuntaba como factores amplificadores «el crecimiento demográfico, la tensión medioambiental, el cambio climático, la densa urbanización, los incrementos exponenciales de los viajes internacionales y la migración, ya sea forzada o voluntaria, que incrementan el riesgo para todas las personas en todas partes».

La junta de vigilancia, que depende del banco mundial y de la OMS, ya lo advirtió en septiembre: “Nos amenaza una pandemia que podría matar de 50 a 80 millones de personas”

Así que deberíamos tomarnos muy en serio esta amenaza, algo que no suele ser habitual cuando no se vive en la zona cero. Por eso preocupa que la agencia de calificación de riesgo Moody’s ya hable sin tapujos de cisne negro. Y que lo vincule a la caída de siete puntos en los precios de los metales industriales, un batacazo que suele anticipar las grandes crisis financieras. Los bancos centrales, además, han estado imprimiendo una montaña de dinero durante años para estimular la economía, cada vez con menos éxito. Y Moody’s duda de que esta ‘medicina monetaria’ tenga efecto ahora.

¿Un regreso a tiempos medievales?

¿Cuándo terminará la pesadilla? Si se llega rápido al pico de la epidemia y comienza un descenso sostenido, se habrá conseguido lo más difícil. Pero todo podría complicarse con otro cisne negro… Por ejemplo, ¿qué pasaría si la gripe aviar que se está dando en granjas de Alemania, Polonia y otros países centroeuropeos saltase a los humanos? Pase lo que pase, quizá debamos acostumbrarnos a ciertas incomodidades. Puede que un día, si queremos viajar en avión, será obligatorio llevar mascarilla o pasar controles de temperatura en los aeropuertos. Y puede que haya más restricciones para viajar de un país a otro o incluso de una ciudad a otra. Joerg Wuttke, presidente de la Cámara Europea de Comercio en China, describía la situación que estaba viendo de una manera muy gráfica: «Así era Europa en tiempos medievales, con guardias y controles a las puertas de las ciudades». Quizá el coronavirus sea una bola de cristal que nos permite ver el futuro. Ojalá que ese futuro no sea un regreso al pasado.

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