Sergio Doval
Cualquier escena de discusión violenta entre una pareja (amigos en una cena, extraños en la calle, esa pareja dentro de la familia que en cada reunión nos involucra en sus dinámicas tóxicas) dispara en nosotros varias preguntas: ¿por qué se hacen eso? ¿Por qué continúan juntos? ¿Por qué lo hacen ante todos? Hoy la realidad de la política argentina nos recuerda que desde los griegos la tragedia siempre necesitó una audiencia; y ahí está el pueblo argentino viendo cómo el sistema de la agresión sólo construyó más agresión. Los argentinos ya nos habíamos (mal) acostumbrado a la agresión entre los polos de la grieta, pero para nuestra sorpresa hoy también estamos presenciando escenas de agresión dentro de cada polo (las internas dentro de Juntos por el Cambio y el Frente de Todos). Esta escena novedosa, dantesca y preocupante, genera preferencias no sólo en los actores (la política), sino también en el público (los argentinos).
¿Es casualidad, que dentro de aquellos votantes que en la última elección presidencial votaron a Mauricio Macri y hoy prefieren a Patricia Bullrich antes que a Horacio Rodíguez Larreta como líder de la oposición, ven el futuro del país con miedo y desconfianza mayoritariamente? (¿Ecos en nuestra memoria de un Brasil donde ganó Jair Bolsonaro?) Quienes llevan adelante esta nueva dialéctica, dirán que esa nueva modalidad de lenguaje beligerante es la voz que representa el sentir de la sociedad; otros dirán que, como en cualquier disputa, uno puede bregar por acercar posiciones o distanciarlas aún más y que agregar lenguaje que resalta las diferencias solo es echar leña el fuego.
Algo es claro. El Jefe de Gobierno, que no confronta belicosamente en público y que la única vez que lo ensayó previo a la PASO de 2019 no solo le sentó incómodo, sino que no le dio buenos resultados electorales, es elegido mayoritariamente por aquellos que ven el futuro con confianza y esperanza.
En este orden, en el último estudio encontramos confirmaciones que nos interpelan como sociedad: las personas que confían en sus vecinos, en esas personas que duermen pared de por medio de nuestra casa, tienen ampliamente más confianza y esperanza en el futuro que aquellos que desconfían de ellos. El tejido social es nuestra red, nuestro bálsamo, también los cimientos de nuestro futuro. ¿Por qué después de tanto tiempo seguimos insistiendo en lógicas que nos dividen? Claramente, el legado de la destrucción de la democracia, y por ende, del orden civil y social que significaron las repetidas dictaduras militares en Argentina, todavía siguen reverberando negativamente en nuestro ADN como sociedad.
Es imposible anticiparse al futuro. Hoy cualquier maquinaria electoral, por sobre todo alguna estratégicamente construida desde el exterior sin amor por la tierra de todos y que necesita éxitos rápidos para mantener el show andando, dirá con certeza “la grieta sigue siendo negocio”, pero ¿es sostenible?
Alguna vez escuché a un cura dar un consejo en una ceremonia de casamiento al respecto de las disputas de pareja diciendo: “Nunca se digan cosas, no importa lo enojado o seguros de tener la razón que estén, de las cuales no puedan volver“. Ciertos sectores políticos parecen no darse cuenta de que cada vez que dicen determinadas cosas, no sólo no pueden volver ellos, sino que alejan cada vez más de la paz y la esperanza de un futuro mejor a toda la sociedad. Esos actores de la política, de cada sector, dirán que el problema es el otro. Las nuevas dinámicas internas están mostrando en qué está convirtiéndose la grieta. Quizás ha comenzado el proceso donde el círculo vicioso que la compone se autofagocitará y empecemos a tomar decisiones como pueblo pensando en la esperanza y el futuro, y no en el miedo y la desconfianza.
Escribo como ciudadano antes que profesional, y también escribo principalmente pensando en los millones de argentinos que prefieren un abrazo a una disputa, que prefieren perder un poco para ganar todos, que entienden que estamos todos en el mismo barco y que si hay una batalla, estando juntos a bordo, es muy probable que nos hundamos. Confío en que eso no será fomentado por nuestros líderes, o que la sociedad elegirá su supervivencia por sobre el morbo que vende la tragedia y la disputa sin sentido.
FUENTE: INFOBAE