Preocupada por la desesperanza social y el deterioro del impulso igualitario que caracterizó al país, la directora del Cippec dice que hay que crear narrativas que ayuden a recuperar la idea de futuro
Julia Pomares es doctora en Ciencia Política (London School of Economics and Political Science) y magíster en Política Comparada y en Métodos de Investigación (London School of Economics and Political Science). Dirigió el Programa de Instituciones Políticas de Cippec, ONG de la cual hoy es directora ejecutiva.
Están en nuestro acervo más preciado: M’hijo el dotor; las ideas de Alberdi y Sarmiento; el anhelo alguna vez concretado de un país con oportunidades para todos. La Argentina supo construir sus narrativas de futuro y ahora, dice Julia Pomares, “tras más de una década sin crecer y con niveles de pobreza cercanos a la mitad de la población, la pandemia y la crisis exacerbaron una sensación de frustración y pesimismo en nuestras élites (o en parte de ellas), una percepción de narrativas agotadas”.
Politóloga y directora ejecutiva del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), Pomares afirma que la crisis planetaria volvió a poner a la política en el centro del ring, con los liderazgos a prueba. En paralelo, nuestro país viene arrastrando un reclamo menos tangible aunque quizá más primario: la necesidad de “nuevas narrativas que permitan vincular la identidad de la Argentina con un futuro deseable que nos ilusione”. La pandemia desnudó al rey y la nueva normalidad hizo que en todas las sociedades se debata el futuro, pero el nuestro tiene sus singularidades.
¿Qué importancia tiene una narrativa para pensar un país que pueda crecer e ilusionarse?
Me gusta pensar que las narrativas son elementos de la identidad colectiva de un país, las maneras en las que nos definimos a nosotros mismos como sociedad. Esas narrativas tienen dos funciones: la de la identidad (cómo se cuenta la Argentina a sí misma, cómo se presenta) y la de la acción, la de traccionar o movilizar hacia adelante, por eso las llamo narrativas de futuro. Se está percibiendo que no tenemos narrativas que nos permitan crecer, combinar este impulso igualitario que siempre tuvo la Argentina desde la idea de la movilidad social ascendente y luego con el peronismo, con el hecho de que el país crezca económicamente, que logre transformar productivamente todos sus sectores, salir de las dicotomías tan enraizadas en el pasado como campo versus industria, o centro versus interior: son dicotomías que todavía operan, aunque el desarrollo ya no funciona de ese modo. Nos faltan narrativas que nos permitan hacer las transformaciones que la Argentina necesita mientras ocurren cambios profundos de tendencia global, como la transformación digital o la crisis climática.
¿En qué punto una narrativa se convierte en relato?
En términos generales, o conceptuales, son lo mismo. Pero sabemos que en la Argentina la palabra relato tiene una connotación distinta. Diría que algunas de esas narrativas se convierten en relato cuando nos contamos a nosotros mismos que somos de una manera que ya no funciona, cuando las narrativas se convierten en algo que no tenemos. La narrativa igualitaria de la Argentina, tan potente y tan valiosa, la que nos hizo lograr tanto durante tantos años, hoy corre el riesgo de convertirse en relato. Los niveles de desigualdad son altísimos y esto nos tiene que interpelar.
Decís que veníamos arrastrando esta percepción de narrativas agotadas. El gobierno de Macri llegó con el discurso de otra política, más eficiente, centrada en unir a los argentinos, más abierta al mundo. ¿Por qué esa narrativa no funcionó del todo?
No me atrevería a decir que en el gobierno de Macri se logró mostrar una narrativa. Sí hubo intentos, por ejemplo con la idea de integración al mundo. Me parece que el desafío para Juntos por el Cambio es que las narrativas se hacen por la positiva, y que además de la oposición al kirchnerismo necesita construir una idea de futuro que genere un nuevo clima de época.
¿El kirchnerismo es particularmente hábil en eso de que “percepción es realidad”?
Creo que ha tenido momentos. Podríamos decir que sí si miramos, por ejemplo, la integración de espacios progresistas al por entonces Frente para la Victoria. Ahí tuvo una buena lectura del clima de época, con un electorado que aparecía huérfano tras el gobierno de la Alianza. Y ha sabido mantenerlo además. Pero hay otros casos en los que pareciera no haber tenido esa habilidad, como el conflicto con el campo y, más cerca en el tiempo, el de Vicentín, en donde quedan sorprendidos por la resistencia a las medidas que tomaron.
¿Cómo se genera una idea del bien común en un planteo de polarización permanente?
La polarización hoy no es solo ideológica (si sos de derecha o de izquierda), también es identitaria. Y eso hace más difícil lograr que haya narrativas que vayan más allá de un espacio y que impregnen a la sociedad. En este contexto en el que existe mucha segmentación y formas de funcionamiento de la opinión pública muy distintas a las de antes va a ser un desafío interpelar como en la era de Sarmiento, encontrar nuevas narrativas potentes.
Pero al oficialismo hoy le es útil la polarización. Si yo invento un enemigo diciendo que la mayoría no quiere vacunarse, esa idea es tan fuerte que puedo dejar en un segundo plano la discusión de fondo sobre la falta de vacunas o el vacunatorio VIP.
Las narrativas que se agarran muy fuerte de la polarización hacen muy difícil el desarrollo. Y el escándalo de las vacunas VIP opera justamente con el dilema de si somos una sociedad igualitaria o nos convertimos en una sociedad de privilegios. Ahí está el rey desnudo: hay que poner esa falencia sobre la mesa.
Venimos sosteniendo la idea de un Estado garante de la igualdad. Y sin embargo…
En la Argentina el papel que le asignamos al Estado es muy fuerte, especialmente para reducir las desigualdades, pero hoy hay cierta hipocresía en eso. Porque para que ese Estado pueda cumplir un papel fuerte tiene que tener una burocracia estable y profesional. Eso no lo hemos construido en 40 años. El primer gobierno de la democracia, el de Raúl Alfonsín, planteó la idea de los administradores gubernamentales que venía asociada a un Estado más sofisticad. Sin embargo, lo que se convirtió en una política de Estado es que no tenemos esa estabilidad. Redefinir el rol del Estado requiere también darle otro papel al sector privado. Ir en contra de las desigualdades y a su vez poder tener una economía pujante es algo que tiene que estar en la reflexión de las dirigencias política, sindical, empresarial, intelectual. Sin embargo, está bastante ausente. La dirigencia política tiene la principal responsabilidad, pero el resto tiene la suya.
¿Es posible ese diálogo que empuje acciones concretas?
Yo creo que hay políticas de Estado en las que tenemos acuerdos. No tengo una mirada completamente negativa y autoflagelada de la Argentina. Sí creo que lo que nos falta es una narrativa que traiga una Argentina pujante desde el crecimiento económico, tomando lo que tenemos y lo que logremos reinventar. Ya hablamos de Sarmiento: tenemos la idea fuerte de la educación, pero ¿cuánto nos importa realmente la educación si tuvimos tanto tiempo las escuelas cerradas? Por otro lado, creo que sí hay diálogo entre los diferentes sectores. El diálogo existe. Pero muchas veces los actores que discuten siguen siendo los mismos desde hace décadas y lo que tenemos que discutir es cómo reinventamos esos diálogos para que puedan crear cimientos de transformaciones de la Argentina.
¿Dialogamos mal o no hay voluntad real de acordar?
Tenemos acuerdo acerca de cómo somos, de cómo fuimos pero no de cómo queremos ser. Hay tres elementos sobre los que hay que pensar distinto los diálogos. El primero es que el objetivo sea transformar, saber qué está dispuesto a ceder cada uno para que la Argentina gane. Segundo: cómo traemos nuevos actores a la mesas, cómo generamos un diálogo intergeneracional, porque a veces la fragmentación hace que los jóvenes debatan por un lado, los dirigentes tradicionales por otro, y el desafío es una nueva configuración. El tercer punto son los métodos para dialogar. Hoy se usa la inteligencia artificial, el procesamiento de lenguaje natural, hay muchos instrumentos con los cuáles los diálogos a gran escala se pueden enriquecer. No es que nadie dialogue, es que no logramos que esos diálogos transformen. Si sabemos que la mitad de los estudiantes del secundario abandona la escuela, ¿por qué no dialogamos acerca de qué transformación necesitamos para el secundario?
¿Estamos hablando de transformaciones incrementales o disruptivas? Porque el largo plazo no parece una variable soportable para la mayoría y al mismo tiempo lo disruptivo genera incomodidad.
Interesante el contrapunto. Creo que en la Argentina lo verdaderamente disruptivo es que hagamos transformaciones incrementales que se sostengan en el tiempo. Necesitamos también para eso que los acuerdos calen en la sociedad. La Asignación Universal por Hijo se volvió una política de Estado, se mantuvo con distinto signo político, tuvo legitimidad social, y es un buen ejemplo.
Vos hablaste hace poco de M’hijo el youtuber como metáfora, como resignificación y deseo de una sociedad más igualitaria.
Creo que son las dos cosas, no es una o la otra. Necesitamos la Asignación Universal, tener un piso mínimo de protección social. Pero también producir nuevas narrativas como la de M’hijo el youtuber, es decir, qué le damos a un chico que viene de más de una generación de pobreza para que pueda tener una idea de futuro mejor que el de la generación anterior.
¿Qué otro velo corrió la pandemia?
Mostró quiénes pudieron mantenerse en pie en este año tan difícil, quiénes pudieron seguir en el mercado laboral y quiénes no. Ese blanco sobre negro fue muy duro. Ojalá sea también una oportunidad para reinterpretar el clima de época y mirar hacia adelante en un momento histórico en el que no sólo la Argentina está a tientas. El término build back better, reconstruir mejor, que se popularizó en varios países, muestra también que reinventar narrativas puede ser una oportunidad.
Nuestro país se ve cada vez más cerrado en este contexto en el que todos van atentos a lo que sucede cerca, aunque a tientas.
Tengo la percepción de que con la pandemia nos dimos más cuenta de la interconexión que tenemos. Y de que las narrativas de un país tienen que dialogar con el momento histórico global. Ahora hay una reconfiguración mundial que nos tiene confundidos: cuál va a ser el papel de China, cómo se reconfigura la democracia liberal, quién va a tomar ese lugar tan importante que deja Angela Merkel o si puede el presidente Biden instalar una nueva narrativa de Estados Unidos que se impregne globalmente.
¿Dejar en suspenso las PASO es una opción para la Argentina?
La estabilidad de las reglas electorales hace que el juego sea equitativo y, en ese sentido, lo peor que se puede hacer es dejarlas en suspenso y que haya incertidumbre sobre si se van a celebrar o no.
Chile canceló comicios. ¿Cómo garantizar la transparencia electoral en un contexto tan difícil?
Chile reprogramó las elecciones en un contexto epidemiológico muy delicado, con récord de casos –que van en aumento – a pocas semanas de las elecciones. Las elecciones son cruciales y hay que hacer todo lo posible por mantenerlas porque con ellas se elige a los representantes. Por eso suspenderlas o reprogramarlas ha sido generalmente un último recurso. Más de 80 países celebraron elecciones en pandemia, con entornos seguros y sin efectos sanitarios adversos. Lo que importa es discutir cómo hacemos para que esas elecciones sean lo más seguras posibles. En ese sentido, desde Cippec, junto a otras organizaciones, propusimos el año pasado utilizar la boleta única, que libera a partidos y alianzas de la obligación de proveer la boleta, y que en este contexto sanitario funcionaría mejor.
¿Hay un electorado apático y agotado?
Es un momento de descontento, de apatía. Más apatía que enojo, sensación de desesperanza, en un contexto muy delicado. Las narrativas de futuro ayudarían a visibilizar un horizonte más esperanzador.
¿El enojo sería saludable?
No si eso significa encender la mecha de la antipolítica. Ya vimos su impacto negativo. La Argentina no tiene una historia de outsiders en la política, logra procesar todo al interior del sistema, pero en política siempre puede haber una primera vez. Necesitamos que el sentido de la responsabilidad impere en la dirigencia política, en la discusión pública y en los medios de comunicación.
Fuente: La Nacion, Valeria Shapira