Corren días duros. Los artistas, que necesitan ingresos, se promocionan como pueden; los museos y galerías transmiten día y noche sobre el poder transformador del arte, su capacidad para redimirnos y guiarnos en días oscuros. En todo el mundo, se cancelan grandes espectáculos, teatro, danza, eventos musicales y exposiciones de arte. Si bien las consecuencias son importantes para las grandes instituciones y la industria turística, las organizaciones más pequeñas y los artistas independientes serán los más afectados, ya que las ventas de entradas, las residencias internacionales y la financiación pública se irán agotando. Probablemente, muchos tendrán que mudarse a un trabajo más lucrativo. Debemos tener en cuenta la precariedad de nuestras instituciones culturales y artísticas, y trabajar para apoyarlas, pues incluso las instituciones de más renombre y éxito suelen operan con márgenes que sorprenderían a quienes no trabajan en el sector cultural.
Durante mucho tiempo hemos exigido a los artistas que naveguen un complejo entramado de estructuras, relaciones y arreglos, tanto globales como locales, a menudo por poco o ningún pago. Algo que comienza en el taller como una práctica creativa, casi siempre en solitario, depende de un sector de artes visuales próspero, y de audiencias, relaciones y conexiones. Cuando estos se congelan, también lo hace la capacidad de mantener la práctica creativa. En vez de preguntar y exigir, interroguemos las formas en que podemos nosotros contribuir a transformar esa forma de trabajo, para que no volvamos a normalizar la imagen del artista que vive con una inseguridad crónica, al mismo tiempo subempleado y sobre-empleado, pensando siempre en el próximo proyecto para mantenerse a flote.
Que estos tiempos de distancia y sobreconexión nos muestren, con más fuerza que nunca, ese deber de cuidado que tenemos como sociedad con nuestros artistas.
Por María Victoria Guzmán – Investigadora